0710/21
La semana pasada se cumplieron cinco años del plebiscito, el mecanismo de consulta popular del acuerdo de paz que terminó en la victoria del No con el 50,2% de los votos. Algunos le echan la culpa del resultado a las mentiras de la campaña por el No, otros a la arrogancia de la campaña por el SÃ; y otros señalan al huracán Matthew, que azotó a la costa Caribe el dÃa elecciones (el huracán que secó las urnas, tituló la revista Semana de ese entonces).
Pero más que en el resultado y sus posibles razones, allà que entre el diablo y escoja, quiero enfocarme en algunas consecuencias que tuvo el hecho de haber iniciado una batalla entre los del Sà y los del No que todavÃa no termina. El plebiscito disolvió matices, avivó la polarización al haber ceñido la discusión a una pregunta que solo admitÃa una respuesta binaria; atizó contiendas, sin duda, pero le quitó brillo al debate reduciendo el mundo a una sola controversia. La batalla entre el Sà y el No erigió, además, una suerte de taxonomÃa social: la de los amigos de la paz y los amigos de la guerra. Cada bando es, según sus partidarios, el único ungido moralmente para definir lo bueno y lo justo para el paÃs y en lo único en lo que coinciden es en que no tomar partido es inadmisible; como ocurrió en la ciudad de los bandos del carnero blanco y del carnero negro del cuento de Voltaire, cuando multaron y desterraron al protagonista después de confesarle a un lugareño que ambos carneros le eran indiferentes con tal de que su carne fuera tierna. La batalla entre el Sà y el No trazó una lÃnea divisoria entre los actores del desarrollo: complicó la interacción entre el gobierno nacional y los subnacionales y distorsionó la posibilidad de asociación de gobiernos y personas por motivos diferentes al de su posición en esta disyuntiva. Lo anterior ha tenido lugar en parte porque el plebiscito contribuyó a alimentar esa idea de que son los polÃticos; guiados por la brújula de sus pasiones y vanidades; los principales forjadores del destino de una nación, por encima de los individuos, las comunidades y las empresas.
Y aunque los polÃticos intentan reciclarse cada año reviviendo las emociones de la batalla entre el Sà y el No, lo más sensato que podemos hacer es no amplificar su disco rayado. Lo que está en juego, si no abandonamos esta batalla, es el desarrollo mismo, que podrÃa encontrar un entorno más propicio para el cambio social con los matices de la diversidad de ideas, sin la superioridad moral de los ungidos, con la posibilidad de juntarnos no solo por el color polÃtico sino también por la convergencia en otros objetivos e intereses.
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