17/06/21
La palabra respeto tiene su raíz etimológica en el latín. Procede de respectus, que significa “acción de mirar atrás, consideración, miramiento”.
La falta de respeto, como el hábito de no mirar atrás o de no considerar la existencia del otro, fue retratada por Dickens en su novela Historia de dos ciudades al referirse a las calles de París en los años del rencor prerrevolucionario: “Algunas veces, muy contadas, se habían exteriorizado las quejas, hasta en aquella ciudad insensible y en aquella edad de ignorancia y de idiotismo, contra la bárbara costumbre de recorrer a galope de carga calles estrechas y sin aceras, sin miramiento a los infelices que con frecuencia eran arrollados”. Las carrozas de la nobleza, cuenta Dickens, volaban por las calles de los barrios marginados de París con estruendo ensordecedor y olvido inhumano. En la edición que tengo de la novela aparece una ilustración de una carroza del siglo XVIII que pasa por encima de un niño y en el margen inferior está escrita la siguiente cita: “el cochero guiaba como si cargara contra un ejército enemigo”.
Mucho se ha dicho en esta crisis que el crecimiento es condición necesaria para reducir la pobreza. También se ha insistido en que además de crecimiento se requiere reducir la desigualdad. Pero hay una condición necesaria para el crecimiento y la equidad de la que se habla menos y que en la encrucijada de hoy cobra relevancia: el respeto. Sin respeto no hay mercados ni justicia distributiva.
El respeto es la base del intercambio económico. Elementos como la discriminación o la desconfianza minan el buen comportamiento del mercado. Antes que una noción abstracta, el mercado es interacción social, es la reunión de individuos con gustos e ideas diferentes que expresan sus deseos de comprar y vender. El mercado es una parte del tejido de la acción humana. Los economistas austriacos acuñaron el término de raíz griega catalaxia para referirse al intercambio económico, y fue Hayek quien hizo notar que esta palabra también significa “admitir en comunidad” y “pasar de enemigo a amigo”.
El respeto, entendido como miramiento o como la consideración del otro, es también la base de la solidaridad y de la equidad. Ponerse en el lugar del otro puede motivar acciones solidarias simples, cotidianas, y si además se considera al otro como igual, este sentimiento puede motivar acuerdos sociales que podrían conducir a sociedades más justas.
Si hay una señal importante que nos ha dejado la protesta social, es que no hay receta de crecimiento o reducción de la pobreza que valga si no somos capaces de mirar atrás, de reconocer al otro como igual, en otras palabras, de conjurar nuestra escasez de respeto.
El estallido social nos está mostrando que una buena parte de la población de Colombia se cansó de ver pasar la carroza del progreso sin que le toque su turno y con temor de ser atropellada.
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