22/04/21
“La mitad de los hogares con mayor renta contribuirá con el crecimiento del ingreso de la mitad más pobre” dice la exposición de motivos del proyecto de Ley de Solidaridad Sostenible. Más adelante, se puede leer en un cuadro que resume los efectos de la reforma que el 10% más pobre aumentaría su poder adquisitivo en un 68% y el 10% más rico lo reduciría en -4%. La regla de distribución mitigaría la pobreza cerca de 2,6 puntos porcentuales en el primer año de implementación.
Este cuadro es en mi opinión el más importante de la exposición de motivos. Y digo que esto es así por lo que dice y por lo que no dice.
Lo que dice es que de ser aprobada la reforma podríamos reducir la desigualdad después de impuestos y sacar de la pobreza 1.3 millones de personas en el primer año.
Lo que no dice es que el efecto prometido supone que la operación de redistribución es perfecta y eficiente. En esta columna quiero centrarme en este punto.
Cualquier política redistributiva incorpora un costo en términos de eficiencia. Arthur Okun ilustra esta idea con la siguiente metáfora: “El dinero solo puede llevarse de los ricos a los pobres en un balde agujereado. En el tránsito una parte simplemente desaparecerá”.
El “balde” del Proyecto de Ley para llevar agua de la mitad de mayores ingresos a la mitad más pobre consta de 4 componentes: transferencias monetarias tradicionales, el Programa Ingreso Solidario, la compensación del IVA y los subsidios a servicios públicos.
¿Qué implica el reto del balde agujereado?
Sería el mayor reto de coordinación e implementación de la política social en la historia de Colombia. Implicaría, por ejemplo, converger todos los programas de transferencias monetarias y la compensación del IVA en una plataforma sincronizada de pagos bancarios, giros y productos digitales que cubra todo el territorio nacional en condiciones de eficiencia.
El reto también implica no perforar el balde con decisiones como la que tomó el gobierno hace unos días de operar la compensación del IVA a través de la modalidad exclusiva de giros postales, renunciando a las ganancias de inclusión y eficiencia proporcionadas por las entidades financieras a través de sus productos y canales digitales, que han sido cruciales durante esta pandemia y en la historia reciente.
La reforma sí puede llevarnos a reducir pobreza y desigualdad, pero lograrlo no dependerá únicamente de aprobar una ley sino de cómo enfrentemos el reto del balde agujereado.
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