03/05/21
La semana pasada el DANE publicó las cifras oficiales de pobreza monetaria del año 2020, el primer dato de pobreza después del inicio de la pandemia.
Se trata de la foto de la escalada de pobreza más alta que ha experimentado Colombia de un año a otro desde que hay mediciones.
De acuerdo con este reporte, el porcentaje de población por debajo de la línea de pobreza ($331 mil por persona en promedio) pasó de 35,7% a 42,5%.
La pobreza extrema, cuyo umbral se define a partir del costo de una canasta alimentaria que cumple con el mínimo nutricional ($145 mil por persona en promedio), pasó de 9,6% a 15,1%.
Dicho de otra forma, 3,5 millones de personas entraron en la pobreza y 2,7 millones entraron a la pobreza extrema.
Aunque las cifras de pobreza confirmaron las proyecciones del gobierno y de varios centros de pensamiento, al analizar los datos por zona se observa un hecho inédito que ningún experto se atrevió a anticipar: la pobreza urbana y la pobreza rural convergieron en un porcentaje de 42%. La pobreza rural se redujo 4.6 puntos porcentuales (p.p) y la pobreza urbana aumentó 10,1 (p.p).
También cuenta el reporte que las ayudas monetarias mitigaron 3,6 puntos porcentuales de pobreza en el total nacional y que este efecto fue notablemente más alto en zonas rurales (7,1 p.p) que en la zona urbana (2,6 p.p). Se trata de un efecto importante, en ausencia de transferencias monetarias, hubieran caído no 3,5 sino más de 5 millones de personas en la pobreza.
Pero quiero dejar hasta aquí la crónica, que ya ha tenido amplio cubrimiento, y quiero proponer algunos análisis. En el espacio que me queda intentaré dar una respuesta provisional a dos preguntas: ¿Por qué sólo aumentó la pobreza urbana? ¿Por qué fueron más eficaces las ayudas monetarias en el campo que en la ciudad?
Un choque urbano
El aumento de la pobreza fue un fenómeno concentrado en las ciudades porque la onda de la crisis económica del COVID-19 se propagó por mercados predominantemente urbanos.
Antes de decretarse el primer confinamiento, la crisis se manifestó como un choque de demanda externa que se transmitió a través de la caída de las exportaciones, de las remesas y del turismo. Acto seguido, se reforzó por un choque de demanda interna inducido por las políticas de confinamiento. Con la intención de protegernos del COVID-19, literalmente apagamos aquella actividad económica que más depende de la proximidad física entre personas y firmas: mientras que sectores como construcción, comercio, arte, entretenimiento y servicios fueron los que presentaron mayores caídas en su valor agregado durante 2020, el sector agropecuario fue el que más creció.
La aglomeración económica, que es lo que diferencia a la ciudad del campo, fue la presa a cazar por las políticas de confinamiento, y las grandes ciudades, por ser las más conectadas con las cadenas de suministros internacionales, fueron el cruce de caminos donde se reforzaron los choques de demanda externa e interna.
El golpe a la aglomeración económica se transmitió a los ingresos de los hogares de las ciudades por el nexo del mercado laboral, exacerbando desigualdades y desventajas que ya existían en contra de mujeres y jóvenes.
Ayudas monetarias más eficaces en el campo que en la ciudad
Aunque el efecto observado de las transferencias monetarias es importante y su relevancia es innegable, no deja de haber una suerte de paradoja en los resultados: las ayudas monetarias sirvieron más en donde el choque fue menos agresivo. Al respecto, me atrevo a lanzar dos explicaciones:
Primera, los canales de transferencias monetarias tradicionales, en particular los de Familias en Acción, contaban desde hace una década con una buena cobertura en las zonas rurales. Los análisis que ha hecho el DNP muestran que desde 2012 el efecto de ayudas institucionales en la pobreza rural es mas del triple que el observado en zonas urbanas. A la robusta cobertura de Familias en Acción en zona rural se le sumó la ampliación de la base de hogares beneficiarios de transferencias de Ingreso Solidario y de los otros programas.
Segunda, la importancia relativa de un peso de ayudas monetarias en la pobreza rural es mayor que en la pobreza urbana porque las líneas de pobreza rural son más bajas que las de las zona urbana ($199 mil pesos en zona rural versus $369 mil en promedio en zonas urbanas).
Este segundo punto se refuerza por el hecho de que los montos extraordinarios y de Ingreso Solidario que se transfirieron a los hogares pobres y vulnerables desde el gobierno nacional fueron del mismo valor para zonas urbanas y rurales.
Las cifras dan luces para ajustar la estrategia
Los datos nos están diciendo que las ayudas monetarias, por buen complemento que sean, no pueden ser sustitutas del aparato productivo de una ciudad.
No hay otra alternativa que acelerar la vacunación, evitar el simplismo de los cierres generalizados y liberar el potencial de la aglomeración urbana.
Las transferencias monetarias deben pensarse también desde la perspectiva de la urbana, por ejemplo, deberían ser sensibles a las diferencias entre líneas de pobreza según ciudad y zona.
Y lo último es que una estrategia integral de reducción de pobreza poscovid no puede basarse exclusivamente en transferencias monetarias sino también en recuperar la aglomeración económica y en estimular nuevas formas de proximidad urbana entre personas y tejido productivo.
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